El círculo se estrecha

En plena segunda oleada de la covid-19, las medidas adoptadas van en contra de todas las recomendaciones científicas pero nadie hace nada y ya podemos sentir cada vez más cerca, esa amenaza silenciosa que nos acecha, que cerca día a día a nuestro círculo más próximo.

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Antecedentes

Por si acaso hay alguien que tenga más miedo, estamos trabajando desde el principio para un entorno escolar seguro y muy controlado, obviamente no existe el riesgo cero en ningún ámbito social, pero la escuela tal y como se está preparando es mucho más segura que otros ámbitos de socialización. Hay que destacar los beneficios de la educación, muy superiores a lo que significa el riesgo que pueda haber en un aula.

Isabel Celaá
Ministra de Educación y Formación Profesional
Gobierno de España 2020

Eso decía la Ministra de Educación a principios de Septiembre. Lo que ha ocurrido después es del dominio público. Todo el mundo ha expresado su opinión al respecto a través de las redes y una gran parte de la comunidad de padres ha hecho saber por activa y por pasiva su total desacuerdo con todo esto. Otra parte de progenitores antepone —alucinante— la salud de sus hijos a la conservación de su trabajo. Imposible conciliar. Inexplicablemente ya no existe la fórmula del teletrabajo. Y menos aún, las clases on line.

A pesar de ello, el Gobierno ha tenido a bien amenazar a los padres que osen no llevar a sus hijos al colegio por miedo al contagio. Se ha dado una prisa inusitada —para nada pareja con la de otras leyes más importantes o urgentes— y ha sacado a la velocidad de la luz una fórmula para sancionar a los padres rebeldes. Multas, cárcel y retirada de custodia y patria potestad. Ni a un maltratador o asesino se la retiran, tengamos eso en cuenta.

Yo opino

En este estado de cosas, debemos convivir con una espada de Damocles permanente sobre nuestras cabezas y sin rechistar, dicho sea de paso. Porque el virus se mueve entre nosotros de forma subrepticia. No nos vale esa tontería en la que se insiste todo el rato de mirarnos la temperatura, no. Eso ya se usó en los aeropuertos y mira como estamos ahora. Somos el país con mayor incidencia de contagios de toda Europa.

Medidas

Las medidas siguen siendo insuficientes, se insiste hasta la saciedad en las distancias de seguridad cuando lo que realmente importa es el aire que los niños respiran dentro de las aulas. Muchos padres —ignorantes—  defienden que si se abren las ventanas, los pobrecitos niños se van a enfermar de otras cosas cuando en realidad, es todo lo contrario.

Si ventilamos, el aire no solo se va a purificar de coronavirus sino de cualquier otro bichito que pulule dentro de los colegios. Para muestra os invito a ver aquí —en mi blog arquitectónico— cómo se enfrentaron nuestros antepasados a la tuberculosis a principios del siglo XX. Si es bueno para un niño tuberculoso... qué no será para uno sano. Ante el frío, ropa de abrigo —es mi consejo— y menos quejas.

Círculo

En mi caso particular —y por eso lo de el título del post— ya le hemos visto las orejas al lobo en dos ocasiones. A finales de verano, mi hija de 17 años tuvo unos síntomas parecidos a los de la covid. Su doctora la puso en cuarentena mientras le hacía dos PCRs. Una al principio y otra siete días más tarde. Ella no había estado en contacto con ningún positivo —que supiésemos— pero cabía la posibilidad de que lo hubiese pillado de manera fortuita en el supermercado, en la calle o en el mismo centro de salud, al que tuvimos que acudir por otros motivos en alguna ocasión.

La semana pasada nos avisaron de un positivo con el que había tenido un contacto indirecto. Aquí ya nos empezaron a temblar las piernas porque la posibilidad era bastante más real. Tuvo que avisar al instituto —debido a los protocolos de la pandemia adoptados por los centros educativos— y ponerse de nuevo en cuarentena. Esta vez menos tiempo porque el contacto no había sido directo. Pero no se libró de la PCR —la cuarta ya—.

Como consecuencia, ha perdido dos días de clase —que son pocos afortunadamente— pero nadie del personal docente del Instituto nos ha dado la posibilidad de seguir las clases a distancia ni le ha facilitado los contenidos, tareas, ni nada que se le parezca. El director me comentó —ante la posibilidad de un positivo— que quince días eran muchos para perderlos a principio de curso. Y está en el último curso de bachillerato, justo el que prepara para la selectividad y da la nota definitiva para acceder a la universidad.

Está claro que el círculo se estrecha... quizás a la tercera, sea la vencida. Ella ya se da por contagiada más pronto que tarde.

Legalidades

Pero no acaba ahí el asunto. En la presentación del curso le dieron dos papelitos para que yo los firmara. Uno para dejarla salir en los recreos y otro para jurar que yo voy a hacerle un autotest cada mañana para detectar cualquier tipo de sintomatología relacionada con la covid y responsabilizarme a mí de que no vaya al colegio si ello sucediera. Parece todo bastante correcto y sobre todo inocente ¿verdad?

A mí, sin embargo, me produjo un mosqueo importante. Por un lado yo soy suficientemente responsable —en caso de ver síntomas en mi hija— para no mandarla al instituto, sin tener que jurárselo a nadie. Y comprendo que haya personas —con un sentido moral más laxo— que sí podrían llegar a hacerlo. Pero este tipo de cuestiones siempre esconden otra clase de cosas. Y eso es lo que realmente me molesta.

Me incomoda y enfada —por decirlo de forma elegante— porque por un lado, el Fiscal General del Estado me obliga a llevar a mi hija al colegio —a pesar del peligro cierto y elevado de contagio que ello supone— pero se lava las manos a la hora de las responsabilidades.

Si se llegara a contagiar en el colegio, la culpa no sería del Estado, no. Porque éste se ha quitado de sus espaldas toda la responsabilidad —tanto de la enfermedad como del posible contagio a mí y a mi madre, a la que la enfermedad problamente le resulte mortal— y no contento con esta circunstancia, encima me obliga a firmar un papel en el que la responsabilidad en sentido contrario es toda mía. Si yo mandara a mi hija contagiada a clase, todas las demás personas a las que pudiera pegarles el virus, sí podrían hacerme a mí responsable.

Y esto tiene una enorme laguna porque y si yo no veo ningún síntoma cuando le haga el test pero a las dos horas, cuando esté en el instituto, ya los presenta ¿Quién me libra a mí de esa responsabilidad? Parece que hagamos lo que hagamos los padres, nada nos evita salir mal parados y tampoco a nuestros hijos, que terminarán contagiándose.

Estuve a punto de no firmar el papelito y de mandarle una nota furibunda al director explicándole mis motivos y haciendo notar la cara dura de las autoridades. Al final claudiqué porque el colegio tampoco tiene la culpa, es una rueda más del engranaje de afectados. Es el Estado, con su actitud prepotente y sobre todo temeraria y hasta homicida, el que tiene toda la culpa y la responsabilidad, aunque se empeñe en zafarse de ella.

Y mi cabeza empezó a llenarse de un ruido leve pero creciente que terminó por sonar a un volumen atronador. El que me dice que esto es una terrorífica maniobra orquestada por los gobiernos de la Unión Europea para alcanzar la inmunidad de grupo atacando por el lado supuestamente menos débil de la sociedad. Los niños, los jóvenes y sus padres. Si esto es así, espero que todos ellos alcancen el justo pago que merecen. En ésta o en la otra vida.

Pinterest

Para acabar: si te ha gustado y usas Pinterest, puedes animarte a repinear este pin en uno de tus tableros. Así lo dejarías guardado a buen recaudo. También puedes repinear cualquier otra imagen del post —para ello he habilitado un botón que se activa en la esquina inferior derecha, al pasar el cursor sobre la foto—, si así lo deseas. Ya sabes, a gusto del consumidor:

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PE: Hoy sabemos que las secuelas de esta enfermedad pueden llegar a ser —en muchos más casos de los que nos gustaría— bastante severas. Y que no discrimina por edades. Algunas personas jóvenes han manifestado terribles secuelas. Porque con este virus no se trata solo de curarse sino de las consecuencias que deja en el cuerpo de los que lo han padecido. Eso solo el tiempo lo dirá pero intuyo que va a tener muchas repercusiones. Por ello, lo más sensato sería evitar la enfermedad a toda costa y no ir en su busca en plan suicida —como nuestros gobernantes nos obligan a hacer—. Por eso, aquí y ahora, emito mi nuevo grito de guerra:

¡Salud y suerte!

¿Tienes hijos? 

Si la respuesta es afirmativa dime ¿Su colegio o instituto te ha mandado un papel como el mío para firmar?

¿Qué opinas de todo esto?